Y los usuarios dictarán sentencia

En esto últimos días se ha producido una discusión en la lista de correo IWETEL, a raíz de una entrada en el blog Bibliotecarios 2.o, de N. González, sobre la razón por la cual baja notablemente el número de usuarios de los OPACs y de los webs de bibliotecas. Nieves realiza una interesante y amena recopilación y resumen de varios trabajos recientemente publicados, que llaman la atención sobre este hecho. Una primera característica de estos trabajos, provenientes del entorno anglosajón, es que ofrecen estudios con datos reales, algo que parece ser ajeno a las costumbres bibliotecarias en otros entornos. Y una segunda, y preocupante, es que siguen pensando que la culpa es del otro: si no usan el OPAC es porque no es atractivo… y si no usan los recursos especializados de las bibliotecas es porque no los conocen, luego alfabetización hasta en la sopa… premio para el caballero, como en las ferias.

Pues mira, va a ser que no. De nuevo, el punto de mira apunta hacia donde no corresponde, pero esto parece ser un entretenimiento popular en la comunidad bibliotecaria desde que apareció internet. Un poco de perspectiva histórica no vendría mal. La biblioteca (pública o educativa) ha sido el punto casi único de acceso a la información durante doscientos años, pero eso se acabó el 6 de agosto de 1991. El cambio ha sido progresivo, continuado, pero se ha acelerado en los tres o cuatro últimos años porque los usuarios han abrazado como conversos los servicios y las posibilidades que les ofrece la web social. Posibilidad de crear, de compartir, de participar, a través de interfaces simplificadas, sencillas de usar, y veloces… Y se han encontrado con servicios y productos de información que resuelven sus necesidades de información. En el mundo digital se han acabado muchos monopolios, y uno de los primeros en caer ha sido el del acceso a la información.

La principal pregunta no debería ser en qué mejorar los OPACs. Esa es una pregunta equivocada. Los OPACs sólo se pueden mejorar añadiendo participación y recomendación. Pero la participación no puede esconder que el producto básico que ofrece no satisface a los usuarios. El núcleo del OPAC es una información referencial, incompleta, y local. No soluciona ningún problema, más allá de saber si hay un ejemplar físico cercano y cuándo se puede conseguir (y eso lo hace bastante bien, la verdad). Pero poco más. Los añadidos de enlaces a recursos no son más que un pegote: las interfaces que te ofrecen un vaciado de revista, para que cuando el usuario intente acceder a la misma se encuentra con un muro de identificación, de permisos, o una interfaz completamente diferentes, que les desorienta, no dejan de ser una chapuza que rompe con las normas básicas de arquitectura de información y de usabilidad. No se debería construir un producto de información alrededor de un OPAC: éste sólo debería ser un elemento o recurso más en un entorno orientado a resolver problemas de información. Quizá el problema de base sea que hay que pensar en reconstruir el enfoque y modelo de los sistemas de gestión de bibliotecas, pero eso ya se escapa del alcance de este comentario.

La segunda cuestión clave es que el usuario quiere el documento con su contenido completo, no una referencia. Y lo quiere ya y en fomato digital. Esto explica el uso creciente de Google en su versión académica, de los repositorios abiertos, como E-LIS en nuestro entorno, y de los servicios colaborativos de referencias. Los usuarios quieren una lista de recursos trabajada, que le ayude en sus tareas diarias. Y eso no es un «mándeme vd. la bibliografía recomendada, para publicarla en la página de la biblioteca.» Otro error de enfoque bibliotecario: si yo tengo las herramientas para hacerlo mejor, más rápido, reaprovechando recursos, enriqueciendo y actualizando, y colaborando con otros ¿ la voy a mandar para componer un listado tradicional, que se actualizará, con suerte, cada año? Pues va a ser que no. Para consuelo de algunos, todavía quedan usuarios académicos que, por diferentes razones, lo harán, pero cada vez son menos, y tienen también fecha de caducidad.

La conclusión de lo anterior a la que cualquier usuario puede llegar, aunque dura, es obvia: entonces, ¿para qué necesito a la biblioteca? Porque para mucha gente la respuesta empieza a ser también obvia: para acceder a aquella información que no tiene versión digital. Si pensamos que la información digital crece exponencialmente, lo siguiente que se nos ocurre es comenzar a pensar en la fecha de caducidad de la biblioteca en su acepción tradicional (no se asuste, me refiero a la versión, no a la idea en sí), que, quieras que no, es la que todavía sigue vigente y activa en una mayoría de lugares, por mucho que se le den «barnices 2.0». Como suele pasar, son las bibliotecas universitarias estadounidenses las que están espabilando, y prueba de ello es que comienzan a dar soporte a proyectos de usuario, como en Harvard.

Y para otro día podemos dejar los comentarios sobre ese empeño en convertirse en CRAIs, el afán de  hacerse un 2.o del tipo «todo para el usuario pero sin el usuario», o ese desmedido furor alfabetizador, que asola los lares bibliotecarios… chico, siempre pensando en el usuario como ese ignorante al que hay que culturizar, que cansino…

Actualización (18/10/2010): Jamillán en su magnífico blog se hace eco de que las organizaciones que van a dominar el mercado de los libros en internet desechan las clasificaciones universales decimonónicas (como la CDU), y van a usar clasificacions comerciales para organizar el acceso a los libros. Es evidente para cualquiera que los usuarios inmediatamente comenzarán a conocer y a usar ese esquema de clasificación, y esperarán verlo en las bibliotecas. ¿pero es que se necesita algo más para decir ya abiertamente que la CDU y otras clasificaciones bibliotecarias  no sirven para satisfacer las necesidades de los usuarios, que no responden a su percepción de la realidad, y que no reflejan el contexto social y cultural en el que se mueven?