Ya que estamos de Semana Santa, esta entrada la voy a dedicar a fustigar, a ejercer penitencia. Y va a ser breve. Quizá un poco cansado de la alegría y velocidad con que la profesión anda adoptando nuevos y sonoros nombres, supongo que con la esperanza de aumentar su anhelada visibilidad social, por un lado, y de poder justificar nuevas posibilidades de trabajo, por otro.
En el blog de la Library of Congress dedicado a la Digital Preservation se publicó el año pasado una muy breve entrada titulada What Skills Does a Digital Archivist or Librarian Need?. En aquel momento no me llamó la atención, ya que me pareció sensato, pero obvio. Bill LeFurgy, el autor, se plantea lo mismo que me planteo en muchas ocasiones. La pregunta ¿qué necesito saber?, aplicada a la formación en nuestro campo, es la pregunta errónea. Se entiende desde la presión por conseguir un puesto de trabajo, para el cual la respuesta inmediata es la capacitación en técnicas. Sin embargo, el simple conocimiento de técnicas y métodos, por muy especializados que sean, sólo puede asegurar el corto plazo. Y no es creativo, no permite adaptarse. Si algo debe caracterizar a cualquier perfil profesional relacionado con la gestión de información son las capacidades de adopción y de adaptación. No es la técnica ni el nombre de moda: es la capacidad individual y colectiva.
Con esto no estoy diciendo que no sea necesario conocer adecuadamente las técnicas básicas de nuestro ámbito, ni mucho menos. Sólo que no son un fin, son un medio para satisfacer las necesidades de información de los usuarios. Las necesidades y los comportamientos de los usuarios cambian, y más ahora. No se puede pretender perpetuar métodos, técnicas y enfoques de hace veinte años. No se puede hacer formación de usuarios de hace diez años, y pretender disfrazarla con una etiqueta de alfabetización informacional. El que vea la profesión y su actividad como lo mismo de siempre, lo que hacemos desde hace años, pero ahora con tecnologías, está cometiendo un enorme y casi definitivo error estratégico. Ni las bibliotecas ni los archivos son la reserva espiritual de la civilización, y ya va siendo hora de ser conscientes de ello.