Repensando el software para bibliotecas

No pensaba yo que a estas alturas estaría escribiendo sobre sistemas de informatización de bibliotecas. Con lo que ha llovido desde la década de 1990, cuando los sistemas se popularizaron en España, y las bibliotecas presumían de OPACs en internet (aunque parezca mentira hoy en día, en aquellas fechas a muchos bibliotecarios esto les parecía el «no va más», el culmen de sus aspiraciones, y por, supuesto, internet era una cueva de ladrones llena de información sin valor…). Hoy en día ya se aceptando la idea de que un OPAC en internet no es casi nada… y de que estas herramientas tienen que ampliar sus capacidades y prestaciones si quieren satisfacer las necesidades de los usuarios.  Voy a dedicar durante próximas fechas unas cuantas entradas a estas cuestiones.

Porque es muy fácil pensar que las limitaciones del soft bibliotecario podrán resolverse con un OPAC 2.0, o con prestaciones 2.0 añadidas. Ya vendrán San Google o Netvibes a darnos la solución a nuestros problemas, qué bonita es la sindicación y las mashups… pues lo siento, pero no. No es así. Estas soluciones 2.0, aunque están permitiendo ampliar las perspectivas de los bibliotecarios y de los usuarios, no son la solución. No ofrecen la necesaria integración ni de información, ni de interfaces de información. No son homogéneas. No se pueden administrar centralizadamente. Muchas de ellas ni siquiera permiten tener control total sobre los datos propios. No hay pasarelas de intercambio o integración de información con terceras aplicaciones. Muchas son propietarias, sus APIs son limitadas, pero la gratuidad del árbol no permite ver el bosque de la propiedad restrictiva que imponen.

Hace unos días ya dediqué un comentario al Library Software Manifesto, escrito por R. Tennat. Marshall Breeding, en sus columnas «Systems Librarian» en Computer on Libraries, que luego publica en Library Technology Guides, ha ido señalando, desde 2006, varias cuestiones clave para el desarrollo y éxito de sistemas bibliotecarios de nueva generación. Aunque algunas de ellas recibirán atención en futuras entradas, voy a ir enumerando varias de ellas:

  1. Desarrollo de nuevas interfaces de usuarios.
  2. Integración de contenidos digitales: multimedia.
  3. Replanteamiento tecnológico de los procesos y módulos de circulación.
  4. Impacto de nuevos sistemas con licencias de software libre.
  5. Mecanismos de participación activa de la comunidad de usuarios.
  6. Uso cooperativo de recursos.

Pero con estos puntos estamos hablando de prestaciones y funcionalidades técnicas. Al fin y al cabo, estas funcionalidades sirven para dar soporte a procesos de trabajo de la biblioteca. De nada sirven avanzadas prestaciones si no se mejoran y modernizan los procesos «humanos» de trabajo. ¿Tiene sentido catalogar ahora en MARC con los mismo parámetros que hace 20 años? ¿Tienen sentido, son útiles y comprensibles para los usuarios las clasificaciones universales? ¿Cómo se integran los recursos digitales sin soporte en un catálogo? ¿Valen los mismos procesos técnicos para bibliotecas públicas, para universitarias, para especializadas, o es necesario contextualizarlos? Ahora, si una biblioteca no se pone una página en Facebook, parece que no existe… pues vale, pero ¿y el resto de servicios? Estoy pensando ahora en un cartel visto en una biblioteca pública:  «Las reservas en mostrador tienen prioridad sobre las reservas efectuadas en internet.» ¿Ah, sí? ¿Y por qué?