Congreso de Futurología

El gran Stanislaw Lem escribió en 1971 un relato, Congreso de Futurologia, que nara las aventuras y desventuras del astronauta Tichy asistiendo a un congreso. Humor y sátira, me he permitido extraer unos párrafos, que a todo asistente a congresos le harán sonreir, espero…

Como es sabido, los científicos se dividen en sedentarios y viajeros. Los primeros se dedican desde siempre a las más diversas investigaciones, mientras que los segundos participan en un sinfín de conferencias y congresos internacionales, y es muy fácil reconocerlos: pues llevan siempre en la solapa de su saco una pequeña tarjeta con su nombre y su título científico y en el bolsillo los horarios de las líneas aéreas; se ciñen la vestimenta sin recurrir a ninguna clase de ataduras o botones metálicos y, asimismo los broches de sus carteras de mano son de materia plástica; todo ello con miras a no poner innecesariamente en movimiento las sirenas de alarma de las instalaciones que, en los aeropuertos, revisan a los pasajeros y detectan toda clase de armas blancas o de fuego. Dichos científicos suelen estudiar la literatura especializada en los buses de las compañías aéreas, en las salas de espera, en los aviones y en los bares de los hoteles. (p 6).

El congreso debía iniciar sus debates en la tarde del primer día, pero aquella misma mañana ya nos facilitaron todos los materiales necesarios, muy elegantemente editados en una hermosa carpeta, con numerosos objetos; cabe destacar muy especialmente un bloque de papel de escribir de un azul satinado, con el membrete: «Salvoconducto copulativo». Pues las modernas conferencias científicas sufren igualmente de la explosión demográfica. Como quiera que el número de los futurólogos se incrementa con la misma potencia en que crece la humanidad, en los congresos reinan el gentío y las prisas. No cabe ni pensar en pronunciar los informes; es preciso leerlos con anterioridad. Pero aquella mañana tampoco hubo tiempo para ello, puesto que los anfitriones nos ofrecieron una copa de vino.  (p. 6).

Cada orador disponía de cuatro minutos para desarrollar su tesis, lo cual era bastante si se tiene en cuenta que hubo 198 informes de 64 países. Para acelerar el ritmo de los debates, era necesario estudiar uno mismo los informes previamente, puesto que el orador sólo había de expresarse con cifras, subrayando de este modo los pasajes esenciales de su trabajo. Para facilitar la recepción y comprensión de un contenido tan rico, todos los participantes disponíamos de nuestro magnetófono y nuestra computadora portátiles; más tarde, la discusión fundamental habría de tener lugar, precisamente entre las computadoras. (p. 20).